EL GRIAL, LA ALIANZA Y EL CHOQUE

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Roberto Bardini

La Orden de los Caballeros del Templo se creó en 1118, después de la Primera Cruzada, con el objetivo de proteger a los peregrinos que viajaban a los lugares santos del cristianismo en Jerusalén. Las hazañas de esta especie de aristocrática Legión Extranjera son legendarias y a partir del siglo XIX se ha escrito mucho sobre ella, siempre con un halo heroico, misterioso y trágico: desde Los caballeros templarios, de Alejandro Dumas, hasta la erudita novela El péndulo de Foucault, de Umberto Eco, y el frívolo best seller El código Da Vinci, de Dan Brown.

“Durante la prolongada y fluctuante lucha entre la Cruz y la Media Luna, que llena la historia de los siglos XII y XIII, vemos a los Templarios mezclados con los más intrépidos do quiera que amaga el peligro”, escribe Dumas. El novelista y dramaturgo francés cita a Bernardo de Claraval, fundador de la orden, quien los describe “sencillamente vestidos y cubiertos de polvo, el rostro tostado por los rayos del sol y sus miradas altivas; al acercarse el momento del combate, ciñen de fe su alma y de hierro su cuerpo”.

Con el transcurso del tiempo, los caballeros adquirieron otras destrezas: en Auge y caída de los templarios, el historiador Alain Demurger los considera “excelentes diplomáticos y embajadores”, además de “concienzudos administradores de tierras y bienes en casi toda Europa”. Fueron ellos los creadores de ese papel firmado que constituye un mandato para retirar fondos o cobrar deudas, llamado “cheque”.

La leyenda –fomentada a lo largo de los años por masones y rosacruces– narra que los templarios aprovechaban los momentos de tregua para estrechar vínculos e intercambiar conocimientos con musulmanes y judíos. El mito sostiene que tuvieron acceso al Corán, la Cábala hebrea, la alquimia e, incluso, a secretos vinculados con el mítico Grial, al que algunos esotéricos y ocultistas también denominan “el Arca” o “la Alianza”. Lo cierto es que también ganaron fama como arquitectos de grandes catedrales góticas: construyeron 70 en menos de cien años, entre las que se distinguen las de Notre-Dame de Chartres, Amiers y Reims.

Más de 180 años después de la creación de la Orden del Templo, el rey francés Felipe IV, “El hermoso”, decidió exterminarla para no pagarle una elevada deuda que había contraído su abuelo Luis IX. En la madrugada del viernes 13 de octubre de 1307 fueron encarcelados 140 templarios y torturados para que confesaran delitos falsos, que incluían “sacrilegios”, “paganismo” y “sodomía”. En aquella temprana “noche de los cuchillos largos” muchos terminaron ejecutados y la milicia fue disuelta. Desde entonces se considera en casi todo el mundo occidental que el viernes 13 es un día de mala suerte.

Luego de siete siglos, el Grupo de Alto Nivel (GAN) de la Alianza de Civilizaciones –creada en septiembre del 2004 por iniciativa del presidente del gobierno español, José Luis Rodríguez Zapatero, y apadrinada más tarde por su colega turco, Recep Erdogan– parece reeditar aquel lejano fenómeno de acercamiento durante las entreguerras de las culturas católica, islámica y hebrea.

El lunes pasado, que por una llamativa coincidencia fue 13, el GAN presentó en Estambul su informe final de conclusiones. El documento afirma que es la política y no la religión la que crea el abismo que separa Occidente y el mundo musulmán. El secretario general de la ONU, Kofi Annan, al dar su aceptación al texto, reiteró la misma idea: “El problema no es el Corán, la Torah o la Biblia; el problema nunca es la fe, sino los creyentes, y cómo se comportan los unos con los otros”.

“Mucha gente en todo el mundo, y en particular los musulmanes, ven a Occidente como una amenaza a sus principios y valores, a sus intereses económicos y aspiraciones políticas. Las pruebas de lo contrario son sencillamente despreciadas o rechazadas como increíbles”, dijo Annan. “Paralelamente, muchos occidentales descalifican el Islam como religión de fanatismo y violencia”.

La propuesta, desde luego, no tiene nada de heroico, misterioso o trágico, ni está vinculada a la tradición templaria. Su quehacer podría demandar décadas y mucho bla bla antes de lograr algún modesto resultado. El propio Zapatero ha reconocido que muchos consideran a la Alianza de Civilizaciones como “un sueño ingenuo y bienintencionado”.

Pero en todo caso –aunque suene a utopía– una “alianza de civilizaciones” podría ser una iniciativa más meritoria que el “choque de civilizaciones” propugnado desde 1993 por el profesor de Harvard y director de la revista Foreign Policy, Samuel Huntington, un experto en geopolítica más cercano al Consejo de Seguridad Nacional de Estados Unidos que al universo de la cultura, la ciencia, el conocimiento y la distensión. En otra época, con certeza Huntington hubiera enviado a la hoguera a Zapatero, Ergogan y Annan.

Mientras tanto, en esta historia sin fin que algún día quizá se estudie como la continuación una zaga del medioevo, continúa la búsqueda del Grial…

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